martes, 21 de febrero de 2012

Primeras obras
Entre los años 1490 y 1492 hizo sus primeros dibujos, estudios sobre los frescos góticos de Masaccio y Giotto; entre las primeras esculturas se cree que hizo una copia de una Cabeza de fauno, en la actualidad desaparecida.
Los primeros relieves fueron la Virgen de la escalera y La batalla de los centauros, conservados en la Casa Buonarroti de Florencia, en los que ya hay una clara definición de su estilo. Se muestra como el claro heredero del arte florentino de los siglos XIV y XV, a la vez que establece una vinculación más directa con el arte clásico. En el relieve de mármol de La batalla de los centauros se inspiró en el libro XII de Las Metamorfosis de Ovidio y se muestran los cuerpos desnudos en pleno furor del combate, entrelazados en plena tensión, con una anticipación de los ritmos serpenteantes tan empleados por Miguel Ángel en sus grupos escultóricos. Ascanio Condivi, en su biografía sobre el artista, refirió haberle oído decir:

Otra escultura de la misma época (hacia 1490) es también un relieve con tema mariano, la Virgen de la escalera, que presenta un cierto esquema parecido a las de Donatello, pero en la cual se muestra toda la energía de la escultura de Miguel Ángel, tanto en la forma del tratamiento de los planos de la figura como en su contorno tan vigoroso y la anatomía del niño Jesús con la insinuación del contrapposto.
Después de la muerte en 1492 de Lorenzo el Magnífico, y por iniciativa propia, realizó la escultura de un Hércules de mármol en su casa paterna; escogió este tema porque Hércules era, desde el siglo XIII, uno de los patrones de Florencia. La estatua fue comprada por los Strozzi, que la vendieron a Giovan Battista Palla, a quien la adquirió el rey de Francia Enrique III y fue colocada en un jardín de Fontainebleau, donde Rubens hizo un dibujo antes de su desaparición en 1713. Sólo queda dicho dibujo y un esbozo conservado en la casa Buonarroti.
A continuación permaneció un tiempo alojado en el convento del Santo Spirito, donde realizaba estudios de anatomía con los cadáveres provenientes del hospital del convento. Para el prior Niccolò di Giovanni di Lapo Bichiellini ejecutó un Crucifijo de madera policromada, donde resolvió el cuerpo desnudo de Cristo, como el de un adolescente, sin resaltar la musculatura, a pesar de que el rostro parece el de un adulto, con una medida desproporcionada respecto al cuerpo; la policromía está pintada con unos colores tenues y con unas suavísimas líneas de sangre, que consiguen una unión perfecta con la talla de la escultura. Fue dado por perdido durante la dominación francesa, hasta su recuperación el año 1962, en el mismo convento, cubierto con una gruesa capa de pintura que lo mostraba prácticamente irreconocible.
Ángel de San Domenico de Bolonia (1495).
La Florencia gobernada por Piero de Médici, hijo de Lorenzo el Magnífico, no satisfacía a Miguel Ángel, que viajó a Bolonia en octubre de 1494, donde descubrió los plafones en relieve de la puerta de San Petronio de Jacopo della Quercia, un maestro escultor del gótico tardío, del cual integra en su estilo los amplios pliegues de las vestiduras y el patetismo de sus personajes. Recibió el encargo de parte de Francesco Aldovrandi, de realizar tres esculturas para completar la sepultura del fundador del convento de San Domenico Maggiore, llamada Arca de Santo Domingo, para la que esculpió un Ángel porta candelabro, arrodillado que forma pareja con otro realizado por Niccolò dell'Arca, además un San Próculo y un San Petronio, que actualmente se conservan en la Basílica de San Domenico de Bolonia. Acabadas estas obras, en el término de poco más de un año, volvió a Florencia.
Por estas fechas el dominico Girolamo Savonarola reclamaba la república teocrática, y con sus críticas consiguió la expulsión de los Médicis de Florencia en 1495. Savonarola reclamaba la vuelta del arte sacro y la destrucción del arte pagano. Todos estos sermones ocasionaron grandes dudas en Miguel Ángel, entre la fe y el conocimiento, entre el cuerpo y el espíritu, e hicieron que se planteara si la belleza era pecado y si, tal como decía el monje, se había de eliminar del arte la presencia del cuerpo humano. En su prédica contra el absolutismo papal, el 7 de febrero de 1497 organizó en la plaza de la Señoría, una gran hoguera (Hoguera de las vanidades), donde ordenó quemar imágenes, joyas, instrumentos musicales y también libros de Boccaccio y Petrarca; a raíz de esta acción recibió la excomunión por parte del papa Alejandro VI. El año siguiente Savonarola repitió la acción, por lo que finalmente fue detenido y quemado en la hoguera el 23 de mayo de 1498.
En Florencia, entre 1495 y 1496, talló dos obras perdidas: un San Juan Niño y un Cupido durmiente. Del San Juan no se tienen más noticias que las atribuciones que se han ido haciendo en diversos lugares: se ha especulado que podría ser una escultura que se encontraba en el Kaiser Friedrich Museum de Berlín, o bien otra, que hay en la capilla del Salvador en Úbeda, o finalmente, otra que se encuentra sobre la puerta de la sacristía de San Giovanni dei Fiorentini en Roma. Del Cupido durmiente, realizado según el modelo helenístico más clásico, se explica que fue enterrado para conseguir darle una pátina antigua y venderlo al cardenal de San Giorgio, Raffaele Riario, como pieza auténtica, sin saberlo Miguel Ángel. Más tarde, fue comprado por César Borgia y regalado finalmente a Isabel de Este; más adelante, en 1632, fue enviado a Inglaterra como presente para el rey Carlos I, momento a partir del cual se pierde el rastro.

Primera estancia en Roma

El Bacus del Museo del Bargello, en Florencia, (1496-1498).
Su salida hacia Roma tuvo lugar el 20 de junio de 1496. La primera obra que realizó fue un Bacus de medida natural, con gran parecido a una estatua clásica, y encargada por el cardenal Riario, que al ser rechazada, fue adquirida por el banquero Jacopo Galli. Más adelante fue comprado por Francisco I de Médici y actualmente se conserva en el museo del Bargello, en Florencia. Ascanio Condivi fue el primero que comparó la estatua con las obras de la Antigüedad clásica:
...esta obra, por su forma y manera, en cada una de sus partes, corresponde a la descripción de los escritores antiguos; su aspecto festivo: los ojos, de mirada furtiva y llenos de lascivia, como los de aquellos que son dados excesivamente a los placeres del vino. Sostiene una copa con la mano derecha, como quien está a punto de beber, y la mira amorosamente, sintiendo el placer del licor que inventó; por este motivo se le representa coronado con un trenzado de hojas de vid... Con la mano izquierda sostiene un racimo de uva, que hace las delicias de un pequeño sátiro alegre y vivo que hay a sus pies.
Es ésta claramente primera gran obra maestra de Miguel Ángel, donde se muestra la característica constante de la sexualidad en su escultura y donde se simboliza el espíritu del hedonismo clásico que Savonarola y sus seguidores estaban dispuestos a suprimir de Florencia.
Al mismo tiempo que realizaba el Bacus, por encargo de Jacopo Galli esculpió un Cupido de pie, que pasó a pertenecer, más tarde, a la colección de los Médicis y que hoy en día está desaparecido.
Por medio de dicho coleccionista Galli, en 1497 recibió del cardenal francés Jean Bilhères de Lagraulas el encargo de una Piedad como monumento para su mausoleo en la capilla de Santa Petronila de la antigua basílica de San Pedro, y que más tarde fue instalada en la nueva

Rafael

Vasari dice que Rafael llegó a tener un taller con cincuenta pupilos y ayudantes, muchos de los cuales llegarían a ser después importantes artistas por su propio derecho. Fue, posiblemente, el mayor taller reunido bajo el magisterio de un único gran maestro de la pintura, y mucho mayor de lo habitual. Incluía destacados pintores provenientes de otras regiones de Italia, que probablemente trabajaban con sus propios equipos como subcontratistas, así como aprendices y obreros. Hay poca información sobre el taller y sobre su organización interna, aparte de las mismas obras de arte, a menudo difíciles de atribuir a la intervención de un artista concreto.
Tras la muerte de Rafael, la actividad del taller continuó, sin embargo, muchas de sus pinturas quedaron incompletas, así como algunas de sus posesiones. Los miembros más destacados fueron Giulio Romano, joven discípulo de origen romano — de 21 años —, y Gianfrancesco Penni, ya considerado un maestro, de origen florentino. Penni no alcanzó el mismo nivel de reputación personal que Giulio, y después de la muerte de Rafael, ocupó el puesto de ayudante de Giulio Romano durante la mayor parte de su carrera. Perino del Vaga, ya un maestro, y Polidoro da Caravaggio, quien supuestamente ascendió a la posición de pintor luego de ocupar el humilde oficio de trasportar materiales para los obreros, también llegaron a ser importantes pintores. Maturino da Firenze, como en el caso de Penni, fue eclipsado por la fama de su compañero Polidoro. Giovanni da Udine gozaba de un estatus más independiente, y fue responsable de la decoración en estuco y los grotescos que decoraban los principales frescos. La mayor parte de los artistas se dispersaron, y algunos de ellos tuvieron una muerte violenta a raíz del saqueo de Roma de 1527. Esto contribuyó a la difusión del estilo de Rafael por toda Italia y a lugares más lejanos.
Vasari da mucha importancia al hecho de que Rafael logró un armonioso y eficiente taller, y al igual su habilidad y paciencia en la resolución de los conflictos o disputas entre los clientes y sus ayudantes, algo que carecía Miguel Ángel con ambos colectivos. Aun así, hoy en día, es casi imposible descifrar las partes que Rafael y sus ayudante realizaron, ya que, tanto Giulio como Penn, eran diestros, no hay duda de que muchas de las últimas obras murales de Rafael, y probablemente algunas de sus obras de caballete, destacan más por el dibujo que por la ejecución. Sin embargo, muchos de sus retratos, que se encuentran en buenas condiciones, muestran la brillante técnica de ejecución que alcanzó al final de su vida.[55]
Otros de sus destacados discípulos y ayudantes fueron Raffaellino del Colle, Andrea Sabbatini, Bartolommeo Ramenghi, Pellegrino Aretusi, Vincenzo Tamagni, Battista Dossi, Tommaso Vincidor, Timoteo Viti—pintor de Urbino—, así como el escultor y arquitecto Lorenzetto—cuñado de Giulio Romano.Se ha dicho que el flamenco Bernard van Orley trabajó durante un tiempo para Rafael, y que Luca Penni, hermano de Gianfrancesco, tal vez fue miembro del taller.

Leonardo da vinci

Primeras obras

El primer trabajo de Leonardo que se conoce es una parte del Bautismo de Cristo de Verrocchio y sus alumnos. Otra pintura que parece datar de este periodo, es La Anunciación. Uno de ellos es pequeño, 59 centímetros de largo y 14 centímetros de alto. Se trata de un «predela» para ir en la base de una gran composición, en este caso un cuadro de Lorenzo di Credi del cual se ha separado. El otro es un trabajo mucho más grande, 217 centímetros de largo.[55] En estas dos Anunciaciones, Leonardo ha representado a la Virgen María sentada o de rodillas a la derecha de la imagen, y un ángel de perfil que se acerca a ella desde la izquierda. Gran parte del trabajo es realizado en el movimiento de la ropa y las alas del ángel. Aunque anteriormente dicho trabajo fue atribuido a Domenico Ghirlandaio, el trabajo es ahora casi universalmente atribuido a Leonardo.[56] Entre 1478 y 1482, pintó Madona Benois, una obra que le ha sido atribuida pero es muy debatida en cuanto a su fecha de ejecución. Fechada hacia 1474-1476, otra pintura que ha sido atribuida al pintor florentino es un pequeño retrato, Ginebra de Benci. La Virgen del clavel, cuya fecha de ejecución se presume entre 1478 y 1480, es otra de sus obras de este periodo.

Las obras y rasgos Botticelli

OBRAS:
Botticelli realizó entre 150 y 180 obras.[3] Pinta numerosas obras religiosas, así como grandes composiciones profanas, mitológicas. También ha pintado varios retratos de sus mecenas, que no cuentan con la belleza, la mística, la luminosidad y el espíritu de sus otras composiciones.
El principal museo que contiene obras de este artista es la Galería de los Uffizi de Florencia (Italia), cuyas famosas obras se exponen en las salas 10-14 y son, para muchos, lo mejor de la galería.[4] No obstante, hay otros museos que contienen obras de este artista.

ruta de garcilaso de la vega

1.- CALLE DE ESTEBAN ILLÁN (la casa natal del poeta)

    Las casas de los padres de Garcilaso de la Vega ocupaban la práctica totalidad de la acera norte (derecha de la fotografía) de la actual calle de Esteban Illán, y en este lugar, con mucha probabilidad, nació el poeta en la supuesta fecha del 30 de septiembre de 1499.
    El conjunto de casas estaba integrado por una principal situada hacia la mitad de la calle y otras accesorias a sus costados. Es de advertir que la puerta y fachada principal daban a una plazuela situada al otro lado, hoy absorbida por la Facultad de Humanidades.
    El comendador Garcilaso de la Vega y su esposa doña Sancha, padres del poeta, compraron la casa principal en 1491 a un canónigo de Toledo, y seis años después adquirieron la situada en la esquina con la plaza de Padilla.
    En estas casas de la calle Esteban Illán vivió el poeta los primeros veintinueve años de su vida, prolongando allí su estancia junto con su mujer tres años después de la boda, hasta adquirir su propio hogar en 1528.
    A la muerte de su madre, las casas donde nació el poeta pasaron a propiedad del hermano mayor, Pedro Laso, y más tarde a los sucesores de éste, hasta que acabaron siendo vendidas en 1616 a la Compañía de Jesús. Los jesuitas las cedieron en permuta al Hospital de la Misericordia, y como tal establecimiento hospitalario se utilizaron hasta la Desamortización, en que pasaron a depender de la Diputación Provincial. Finalmente fueron derribadas en 1964, logrando salvarse solo una bella ventana gótica que en la actualidad se halla instalada sobre la puerta de la Audiencia Provincial, en la plaza del Ayuntamiento.
2.- PLAZA DE PADILLA (la evocación comunera)

    Si hay en Toledo un lugar que nos hable de la Guerra de las Comunidades, éste es de la Plaza de Padilla, surgida en gran parte por la demolición punitiva del palacio de Juan de Padilla y su mujer, María Pacheco.
    A comienzos del siglo XVI la plaza limitaba al Norte con la fachada principal de los Padilla, cuyo edificio ocupaba más de la mitad de la actual plaza, y al Este por la casa accesoria de los Lasso de la Vega, que aún deja ver la antigua portada, convertida hoy en fachada de la Facultad de Humanidades. En su interior subsiste un bello patio encolumnado que constituye un espacio garcilasiano privilegiado en el que, con un poco de imaginación, casi podemos sentir la presencia del poeta.
        Tras la derrota comunera en Villalar, la viuda de Padilla logró mantener sublevada a la ciudad nueve meses más, hasta el 3 de febrero de 1522, en que se vio obligada a huir, refugiándose en Portugal.
    El sañudo corregidor Zumel ordenó el derribo de la casa de Juan de Padilla y María Pacheco, sembrando de sal el solar para que ni la hierba creciese donde se había alzado la morada de los rebeldes. No obstante, la gente toledana comenzó a denominar el lugar con el nombre de Padilla, perpetuándose así su memoria en un efecto contrario al que pretendía el vengativo corregidor.
3.- CALLE DE STO. DOMINGO EL ANTIGUO (La lápida del error)
    En el callejón de Santo Domingo el Antiguo, una lápida de mármol nos avisa, con mejor intención que acierto, que allí nació Garcilaso de la Vega. La inscripción yerra en el lugar donde nació el poeta y tampoco es muy correcta en la transcripción de su nombre, pero no obstante forma parte de un anecdotario digno de conocerse.
    En 1869 los restos de Garcilaso fueron trasladados desde su enterramiento toledano a Madrid, donde el Gobierno de la Nación proyectaba erigir un Panteón de Hombres Ilustres en la iglesia de San Francisco el Grande. La iniciativa se frustró en medio de los vaivenes políticos, de tal modo que los restos de Garcilaso quedaron en el templo madrileño durante seis años, siendo devueltos a Toledo a comienzos de 1875.
    Una vez en Toledo, la urna con los despojos de Garcilaso no retornó al sepulcro de la capilla del Rosario sino que permaneció arrumbada en la Casa Consistorial nada menos que veinticinco años, hasta que en 1900 un conserje del Ayuntamiento hizo observar al alcalde la existencia de la reliquia. Poco después, los restos eran reintegrados solemnemente a la capilla de San Pedro Mártir, con cuyo motivo el municipio instaló una lápida —“la lápida del error”— el 17 de agosto de 1900 sobre el muro de la equivocada casa natal del poeta.
Desde entonces hasta hoy la lápida sigue induciendo a equívoco a quienes se tropiezan con ella, como le ocurrió al poeta Rafael Alberti, cuyo descubrimiento de la “losa blanca” le inspiró una deliciosa página de devoción garcilasiana, inserta en su libro de memorias La arboledad perdida.
    Junto a la lápida, discurre en vertiginosa caída un largo y pintoresco callejón que ostenta el nombre de “Garcilaso de la Vega” como homenaje de la ciudad al poeta de las églogas.
4.- PLAZA DE SAN ROMÁN (El sepulcro del poeta)

    La plaza donde se erigió en 1995 el monumento a Garcilaso, obra del escultor toledano Julio Martín de Vidales, es el enclave toledano que mejor evoca la memoria del poeta, pues, como una metáfora del ciclo de su biografía, se sitúa entre el lugar donde se alzó su casa natal (en la vecina calle de Esteban Illán) y la iglesia conventual de San Pedro Mártir, que contiene su sepulcro.
    En la época de Garcilaso esta plaza estaba ocupada por el Hospital de la Misericordia. Por su parte, el convento de San Pedro Mártir presentaba un aspecto muy diferente al que hoy podemos admirar, ya que sus trazas actuales datan de 1605, setenta años después de la muerte del poeta.
    El convento dominico era el más influyente de la ciudad y albergaba a unos sesenta frailes, entre los que se escogían los principales consultores de la Inquisición. En el convento profesó como fraile uno de los hijos de Garcilaso, Pedro de Guzmán, y también su hermano Francisco.
        En la capilla del Rosario reposan los restos del poeta y puede contemplarse el retrato más fidedigno que conocemos de él: la estatua de su sepulcro. Éste lo componen las esculturas orantes del poeta y de su hijo Íñigo de Guzmán, encargadas por la esposa de Garcilaso en 1555, tras la muerte de Íñigo en batalla contra los franceses.
        Garcilaso dispuso en su testamento que debía ser enterrado en aquella capilla “de mis agüelos”, pero advirtiendo que, “si muriese pasada la mar”, le dejasen donde le enterraren. Conforme a su voluntad, fue sepultado en Niza, pero su esposa doña Elena dispuso el traslado de sus restos a Toledo, a donde los trajeron dos años después de su muerte, en 1538.
5.- PALACIO DE FUENSALIDA (la corte de la Emperatriz)

    El palacio de los Condes de Fuensalida compartió con el alcázar el honor de ser la residencia de la Emperatriz Isabel de Portugal durante el tiempo que ésta permaneció en Toledo ejerciendo de virreina, desde 1526 a 1539.
    Las incomodidades del viejo alcázar motivaron que la Emperatriz se acogiera a la hospitalidad de los condes de Fuensalida, de modo que el palacio pasó a convertirse en sede oficiosa de la corte, y como tal allí rendiría Garcilaso sus visitas a la Emperatriz en su faceta de hombre de palacio primero y luego como enviado del virrey de Nápoles.
    El palacio, construido en 1440, es uno de los más bellos ejemplos de arquitectura civil toledana y ostenta en la portada gótica los leones pasantes que constituyen el escudo de los Ayala.
    Al decir del embajador de Venecia, Andrea Navaggero, “las principales casas de Toledo son las de los Ayala y Silvas, que son enemigos y traen dividida en bandos la ciudad; el jefe de la casa de los Ayala es el Conde de Fuensalida, que no tiene grandes rentas: el que hace cabeza de los Silvas es don Juan de Rivera, que es muy rico…”
    Lo que ha marcado para siempre a este emblemático edificio es que en él encontró la muerte la Emperatriz Isabel tras el parto de su tercer hijo, el 1 de mayo de 1539.
    En este marco debemos ubicar algunos interesantes episodios de la vida de Garcilaso, como la narración que debió de realizar a la reina sobre su viaje a Italia, con motivo de los actos de la coronación imperial. También cuando la Emperatriz le encomendó la misión de viajar a Francia para felicitar al rey Francisco I y a doña Leonor, hermana del Emperador, por su reciente boda, y de paso espiar los movimientos estratégicos del rey francés. Como castigo por este hecho, estando ya Garcilaso en Ratisbona, el Emperador desterró a Garcilaso tres meses a una isla del Danubio.
    Cada uno de los viajes que Garcilaso hacía desde Nápoles a Toledo, suponía otras tantas visitas a la Emperatriz en el alcázar o en este palacio de Fuensalida, donde correteaba un niño de no más de nueve años que la historia acabaría conociendo como Felipe II.
6.- PLAZA DEL AYUNTAMIENTO (ventana, consistorio y catedral)

    Con tanto que admirar en la bella plaza del Ayuntamiento, nosotros fijaremos primero la atención en la fachada de la Audiencia Provincial, donde se sitúa una bella ventana gótica que es el único resto sobreviviente de la demolida casa natal de Garcilaso, en la Calle Esteban Illán. El resto de la portada, datable a fines del siglo XV, procede del derribo de la casa de los Peromoro, vecinos de Garcilaso.
    El poeta conoció una Catedral y un Palacio Arzobispal no muy diferentes a los que hoy vemos; en cambio, el Ayuntamiento era completamente distinto al actual, reconstruido a fines del siglo XVI. Asimismo, en medio de la plaza se alzaba la sede del poderoso colegio de Escribanos Públicos, un granero de la catedral y once pequeñas casas.
    En el siglo XVI la catedral era el centro de un inmenso poder que sorprendía a cuantos extranjeros visitaban la ciudad. El embajador veneciano Andrea Navaggero, dejó anotado lo siguiente: “…Los amos y señores de Toledo, principalmente de las mujeres, son los clérigos, que tienen hermosísimas casas y gastan y triunfan dándose la mejor vida del mundo, sin que nadie les vaya a la mano, (…) por lo que puede decirse que es ciertamente la iglesia más rica de la cristiandad y que tiene más rentas el Arzobispado y la Catedral que la ciudad toda.” Entre esos canónigos se encontraba don Pedro de la Peña, al que Garcilaso instituye como albacea testamentario y que probablemente tuvo a su cargo la educación del poeta, a título de preceptor, junto con su ayo, el caballero don Juan Gaitán.
        El propio Garcilaso dejó entrever su prevención contra la Iglesia, estipulando que si la Cruzada se entrometía en las cláusulas de su testamento, las mandas y legados pasasen a poder de su esposa.
7.- PASADIZO DE BALAGUER (la casa de su ayo Juan Gaitán)

    El conocido como Pasadizo de Balaguer fue en su origen un paso abierto por el uso a través de un antiguo palacio derruido que perteneció al curador (tutor legal) y probable ayo de Garcilaso, don Juan Gaitán, quizá la persona que más influyó en su formación caballeresca.
    Los jóvenes de la nobleza recibían la esmerada educación que correspondía a su clase mediante un preceptor y un ayo. El primero solía ser un clérigo que los instruía en los saberes al uso, mientras que el papel de ayo lo desempeñaba un caballero de notoria calidad en sus hábitos de vida, pues su función era la de servir de guía y ejemplo al educando.
    Es probable que el preceptor de Garcilaso fuese el canónigo de la catedral don Pedro de la Peña, que llegó a ser juez y vicario general. En cuanto al que seguramente fue ayo de Garcilaso, don Juan Gaitán, se trató de un letrado de gran instrucción, caballero de la Orden de Santiago, Corregidor de Málaga y antiguo contino real.
    Juan Gaitán intervino como tutor legal de Garcilaso, por ser éste menor de edad, en el proceso que se le abrió con motivo de los sucesos del Hospital del Nuncio.
    La que fue casa de Juan Gaitán tenía su puerta principal en la Plaza del Consistorio y otra puerta accesoria de estilo gótico en la Calle de la Ciudad, que aún podemos ver. El edificio lindaba, pared con pared, con el convento de la Trinidad, lo que permitió a Juan Gaitán y a su familia escapar de sus perseguidores durante los alborotos de las Comunidades, practicando un boquete en la medianería.
    Tras la guerra comunera, en la que Gaitán militó activamente en el bando derrotado, se le instruyó el correspondiente proceso, pero el ayo y curador de nuestro poeta no llegó a conocer el veredicto, pues la muerte lo alcanzó en la cárcel de Valladolid, en 1523, antes de que éste se dictase.
8.- PLAZA DE AMADOR DE LOS RÍOS (incidente en el Hospital del Nuncio)

    Al fondo de una corta calle sin nombre y sin salida se halla la puerta del llamado Hospital del Nuncio, que fue escenario en 1519 de un incidente violento entre Garcilaso y algunos miembros del cabildo catedralicio.
    El hospital había sido fundado en 1483 por el canónigo Francisco Ortiz, nuncio apostólico, para acogida de treinta y tres dementes y trece niños expósitos. El estatuto fundacional establecía un triple patronazgo, para el que fue elegido el hermano de Garcilaso, Pedro Lasso, en representación del Ayuntamiento. Pero el representante de la Catedral se opuso a compartir su cargo con los otros, lo que provocó que un grupo de gente armada, con Garcilaso a la cabeza, entrasen en el hospital enarbolando sus armas y expulsaran violentamente al rector y a los capellanes.
    Tras el juicio instruido sobre el caso, Garcilaso fue condenado a una pena de destierro “desta ciudad y sus arrabales por tres meses” y “al perdimiento de las armas que llevó al dicho ruido” así como al pago de las costas, que ascendieron a 4.000 maravedíes. La sentencia, no obstante, se emitió sin la comparecencia de Garcilaso, que se hallaba huido de Toledo. 
    Dos días después de conocida la sentencia, Juan Gaitán, en su papel de tutor legal de Garcilaso, presentó un escrito de apelación en el que expresaba su voluntad de recurrir ante sus Altezas y los Señores de su muy alto Consejo.
El resultado de la apelación es una incógnita, y la duda de si Garcilaso llegó o no a cumplir la condena es otra de las incertidumbres que difuminan la biografía del poeta.
    Pasado el tiempo, a este hospital del Nuncio vino a terminar sus días (en la ficción) el Don Quijote apócrifo de Avellaneda, tras el que muchos han supuesto la mano de Lope de Vega o la de alguno de los autores de su entorno. De esta manera, el edificio del Nuncio Viejo, del que todavía subsiste su portada y uno de sus patios, suscita el recuerdo de tres grandes literatos: Garcilaso, Cervantes y Lope de Vega.
9.- CALLE DE LOS ALJIBES (La casa matrimonial)

    En la esquina de la calle de Los Aljibes con la de Las Tendillas se mantiene en pie una sencilla fachada que en nada sugiere su ilustre pasado, cuando en el siglo XVI formó parte de las casas que habitaron Garcilaso de la Vega y su mujer doña Elena de Zúñiga.
    Dos años después de su boda, todavía Garcilaso y Elena seguían viviendo en el hogar materno, a causa de la escasez de viviendas que la presencia de la corte ocasionaba en una ciudad de limitado espacio y en progresivo crecimiento.
    Su emancipación llegó el 11 de marzo de 1528, cuando Garcilaso y Elena pudieron adquirir por fin, muy cerca de la casa familar, “unas casas principales y otras junto a ellas”, cuyos restos subsisten todavía en la calle de Los Aljibes (centro de la fotografía).
    El vendedor fue un jurado municipal, probable converso, llamado Antonio de Cepeda y a juzgar por el alto precio pagado por las casas, 550.000 maravedís, no desmerecerían en calidad de las de sus relevantes vecinos, los condes de Peromoro, cuya puerta principal (hoy en el Ayuntamiento) se situaba al fondo del callejón aledaño.
    En este espacio domestico vivieron Garcilaso y doña Elena el tiempo que pasaron juntos, que no fue mucho, pues apenas un año después de adquirir las casas comenzó el gentilhombre su actividad viajera. Su oficio de cortesano de Carlos V y más adelante lugarteniente de armas del virrey de Nápoles, lo mantendrá mucho tiempo alejado del hogar.
    Elena de Zúñiga era una de las damas de doña Leonor de Austria, hermana de Carlos V, y todo sugiere que su matrimonio fue uno de tantos enlaces basados en el acostumbrado convenio de intereses.
    Garcilaso viajaba a Toledo desde Nápoles cuando sus ocupaciones se lo permitían, pasando junto a su mujer unos pocos meses en cada ocasión. La última vez que Elena y Garcilaso estuvieron juntos fue a mediados de abril de 1534, sin sospechar que se estaban diciendo adiós para siempre. Seguramente hacían planes para trasladarse a Nápoles, a instancias del Virrey. Pero no pudo ser. Garcilaso murió en octubre de 1536, cuando se cumplían diez años de su matrimonio.
10.- PLAZA DE SANTA LEOCADIA (La parroquia de Garcilaso)

    Garcilaso consideró a la iglesia de Santa Leocadia su parroquia a partir de 1528, cuando se instaló con su mujer en la casa de la calle de los Aljibes. Abundan los documentos en que se alude a si mismo como parroquiano de Santa Leocadia, en un signo de satisfecha autoafirmación, pues esas casas constituían la base de su incipiente mayorazgo.
    En su testamento deja dispuesta una limosna de cera para el Santo Sacramento en “mi parrocha de Santa Leocadia”; asimismo ordena una limosna para casar huérfanas que sean parroquianas de Santa Leocadia, con la advertencia de que, si no las hubiere, se utilice para casar de Cuerva o de Batres las que faltaren de “mi parrocha”; y también dedica limosna a personas pobres, así hombres como mujeres, en “mi parrocha de Santa Leocadia”. 
    El barrio de Santa Leocadia se articula en torno a su encantadora plaza, pero debemos considerar que en la época de Garcilaso el espacio lo ocupaba en su mayor parte el cementerio parroquial. El convento tenía la apariencia típicamente toledana, formado por la agregación sucesiva de casas, entre ellas la del infante Don Juan Manuel, autor de “El conde Lucanor”.
    A finales del siglo XVI el convento fue muy reformado con el legado de la dama portuguesa María de Silva, que fue dama de la Emperatriz Isabel de Portugal, al igual que Isabel Freyre, la mítica amante de Garcilaso y Beatriz de Sá, la esposa de su hermano Pedro Laso, y en opinión de la investigadora Carmen Vaquero, su secreto amor toledano.
    En las inmediaciones de este lugar, en la actual plaza de Las Capuchinas, tenían su casa los padres de Guiomar Carrillo, la joven amante que dio a Garcilaso su primer hijo. No llegaron a formalizar su matrimonio por la adscripción comunera de la familia de Guiomar, que suponía un obstáculo insalvable para las aspiraciones de Garcilaso.
    En la vida amorosa de Garcilaso pueden rastrearse al menos cinco huellas femeninas. En su testamento nos habla de Elvira, una plebeya moza extremeña cuyo efímero amorío pagó con diez mil maravedís de olvido. Se le han supuesto amores con la desdeñosa Isabel Freire, dama de la Emperatriz Isabel; tal vez haya que incluir a su cuñada Beatriz de Sá, segunda esposa de su hermano Pedro Laso, a la que supuestamente amó con remordimiento hasta después de muerta; y, finalmente, la desconocida sirena napolitana que le hará pagar su apasionado idilio con el infierno de los celos.
11.- MURAL JUNTO AL RÍO (las ninfas del Tajo)

    Junto al puente de San Martín, en un paraje pintoresco elevado sobre la hoz del Tajo, se instala un mural de azulejos con versos de la Égloga III de Garcilaso:
“Pintado el caudaloso río se vía
que en áspera estrecheza reducido
un monte casi alrededor tenía”…
    El tapial donde se exhiben los versos son los restos de la vieja muralla que cercaba el barrio de la judería. A pocos metros, una empinada senda desciende hasta la orilla del río. Allí, junto al agua, se despliega el mundo bucólico de Garcilaso, en el que las orillas del abrupto Tajo se trasforman por la magia su égloga III en ámbito mitológico de ninfas y palacios sumergidos de cristal.
    Cuatro hermosas ninfas —Nise, Filódece, Dinámene y Climene— emergen cortando “el agua clara con lascivo juego” y se tienden en la orilla umbrosa a tejer tapices de oro “que el felice Tajo envía” con temas de la mitología clásica: Filódece, el mito de Orfeo y Eurídice; Dinámene, el de Apolo y Dafne; Climene, el de Venus y Adonis. Pero la cuarta ninfa, Nise, no teje un asunto clásico sino la muerte de Elisa, trasunto de Isabel Freire, (¿tal vez Beatriz de Sá, su cuñada?), la amada del poeta, a la que llora un coro de silvestres diosas mientras desparraman sobre ella “cestillos blancos de purpúreas rosas”.
    La pintura garcilasiana del Tajo conmovió la sensibilidad de Miguel de Cervantes, que hace decir a Don Quijote con transparente emoción: “Mal se te acuerdan a ti, ¡oh Sancho!, aquellos versos de nuestro poeta donde nos pinta las labores que hacían allá en sus moradas de cristal aquellas cuatro ninfas que del Tajo amado sacaron las cabezas, y se sentaron a labrar en el prado verde aquellas rica telas que allí el ingenioso poeta nos describe, que todas eran de oro, sirgo y perlas contextas y tejidas"...